“Mi manca” en italiano quiere decir “echo de menos” (literlamente “me falta”, que hay que reconocer que se explican bien cuando quieren).
Acabo de llegar de Roma, de una visita relámpago en la que he podido reencontrarme con tantas personas, tantos recuerdos y tantos sentimientos, que mucho me temo que os queda más de un post romano (estos dos días han dado para muchas intuiciones).
Creo que ya he contado que viví en Roma tres años en los que estuve estudiando para obtener la Licenciatura en Sagrada Escritura. Fueron tres años preciosos e inolvidables que me han marcado para siempre. Que hoy "mi mancano", que hoy echo de menos.
“Bentornato a casa!”... así me saludó uno de mis amigos al llegar a Roma. Va y me lo suelta así, y yo sonrío y disimulo (pero por dentro me emociono). Porque de algún modo es así como me siento, he vuelto a casa.
Llegué recién ordenado sacerdote y me sentía un extraño en aquella ciudad de locos. Me costó, y mucho. Después entré en el misterio de la soledad, del asombro, de la confianza en Dios, y aprendí a agradecer el tiempo que debía pasar en aquella ciudad. Finalmente, cuando volvía a España (¿quién lo diría?), me subí llorando al avión y me despedí llorando de todo lo que allí dejaba.
En Roma encontré amigos y compañeros que me ayudaron a superar las dificultades con su cercanía, su sonrisa, su sencillez... descubrí sacerdotes y religiosas capaces de amar a Dios y al hermano sin más aspavientos (sólo porque merece la pena hacerlo). Años después me acerco a Roma para acompañar a una de mis compañeras cuando alcanza el doctorado y lo más bonito es que, al reencontrarnos después de tres años sin vernos, me siento como si hubiésemos salido ayer de la Biblioteca y nos hubiésemos dicho “A domani!”, como tantas tardes hicimos. Hay lazos que no se deshacen nunca.
Allí encontré un grupo de chavales geniales, cada uno con su vida, con su historia, con sus miedos y proyectos, necesitados de Dios y de los demás... ellos me enseñaron a ser cura. Me enseñaron a esforzarme por comprender, y me descubrieron que en cada corazón se esconde un maravilloso tesoro, y que merece la pena cavar. Años después, mis chavales conducen, trabajan o van a la Universidad. No importa, serán siempre “mis niños” y yo sigo siendo “il don” (osea el cura). Hay gente maravillosa, que merecen ser queridos.
Encontré también el mejor equipo del mundo, amigos que me enseñaron a trabajar, a entregarme, a hacerme pequeño y al mismo tiempo a hacer necesario mi ministerio. Encontré a quienes supieron apoyarme en los momentos de dolor y con quienes pudimos reírnos en medio del esfuerzo y el cansancio. Años después, casados ya y con distintas preocupaciones y esfuerzos, siguen siendo mis amigos y me hacen sentir de nuevo en casa.
Y diréis que a qué vienen estas confesiones.
Un cura va y viene, marcha de un lugar a otro y parece no tener casa fija. Yo mismo, en mis pocos años me he mudado ya varias veces. Es difícil, pero uno aprende que vivir es peregrinar y que al peregrinar, en cada paso se deja detrás algo de sí y se lleva algo de los demás.
Yo no puedo más que dar gracias a Dios. Hoy recuerdo Roma, pero podría recordar cada una de los lugares y las personas que he conocido en mi camino y siempre, siempre, tendré que agradecer a Dios lo que he podido dejar y lo que me he llevado... y sobre todo, saber que mi casa cada vez es mayor.
Es cierto que “mi mancano”, que los echo de menos... pero he aprendido que la gente que se ama no se queda en el camino, uno los lleva siempre consigo y algo de uno permanece en ellos. Y la mayor lección es que por eso, precisamente por eso, merece la pena servir, dar, entregarse uno mismo... amar (aunque a veces duela).
Doy gracias a Dios, por cada momento aprovechado, por cada palabra, cada risa, cada lágrima y cada abrazo compartido en aquellos tres años. Y pido perdón si perdí algún minuto y si me dediqué a algo que no fuese querer a los que entonces tenía a mi lado y a los que después debía tener.
Roma me enseñó a aprovechar cada momento, cada oportunidad de amar a quienes sigo conociendo en mi camino y entran a formar parte de él. No sé que será mañana de mí, pero sé que ayer en Roma estaba en casa, y sé que hoy, aquí en Jerez, también lo estoy.