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martes, 21 de febrero de 2012

Elemental


Me han regalado por mi cumpleaños Todo Sherlock Holmes, una recopilación de todas las aventuras de uno de los tándem más impresionantes de todos los tiempos (hay quien dice que son los personajes literarios más adaptados al cine y la televisión). Estoy seguro de que voy a disfrutarlo a fondo y me servirá para resarcirme del disgusto de hace un mes, cuando fui a ver la última de Sherlock Holmes... y me acordé de porqué no me gustó la primera parte de la versión de Ritchie. Son dos películas entretenidas pero no llegan ni a la altura de una caricatura con un histriónico Homes y un soso Watson, que no tienen nada que ver con los que siempre he leído. 

Ahora hay también una serie que adapta al personaje a la época contemporánea, esa la he empezado a ver hace poco y me ha conquistado, porque su protagonista sí es el insoportable y engreído Sherlock, tan inteligente como a social (friki, lo llaman acertadamente a menudo en la serie), y un sufrido John Watson a su lado, por no hablar de una entrañable y perspicaz Sra. Hudson, un indolente Mycroft (un poco delgaducho, me parece a mí), un no tan tonto Lestrad (lo mejorcito de un grupo de torpes que dirá Holmes) y una Irene Adler, que bien puede ser considerada La Mujer... todos dignos de una buena adaptación. Bueno, quien no haya leído mucho a Conan Doyle, lo mismo se pierde con tantos detalles.


El caso es que me he entusiasmado con la idea de poder leer en orden cronológico el canon holmesiano, que empezaré a leer ya mismo, en cuanto termine la relectura (séptima) de Cien años de soledad. Tengo un amigo que sí suele leer las cosas en orden, pero no es mi caso.

Pero de un modo especial, en esa frontera que va entre lo real y lo imaginario, siempre me han fascinado los personajes que acaban conquistando a sus autores (dicen que García Márquez lloró con la muerte de Aureliano Buendía), pero sin duda destronando y oscureciendo a sus autores, el maestro impresionante es Sherlock Holmes al que Arthur Conan Doyle llegó a odiar, porque era para él como una losa, una condena de la que el escritor intentó librarse de distintos modos (cuentan que se le ocurrió vender sus aventuras cada vez más caras, con la esperanza de que los editores renunciaran a ellas, pero no funcionó su estratagema). Muchos lectores creyeron en la vida de Holmes, hasta el punto de que muchos admiradores le han enviado miles de cartas al 221B Baker Street contándole sus problemas y ofreciéndole casos que investigar. La fama del detective, amargó a Doyle que veía como cada día era más conocido aquel Sherlock, fruto de su imaginación y cada vez se oscurecía más su propio nombre y sus ambiciones literarias. Finalmente, se armó de valor y acudió al método más drástico y radical que podemos imaginar y escribió una historia en la que el Profesor Moriarti asesinó al detective (otro día dedicaré un post a Moriarti, que es otro de los malos que me apasionan) en un viaje a las cataratas Reichenbach, en los Alpes suizos. Doyle registró en su diario la muerte de su personaje con una entrada digna de Twitter: “He matado a Holmes”. 

Pero tampoco funcionó; el público enfurecido le exigió que resucitara a Holmes. Sir Arthur no tuvo más remedio que volver a escribir sobre él con un artificio cronológico, una “precuela”, con El sabueso de los Baskerville... y finalmente tuvo que rendirse y seguir escribiendo aventuras de Holmes. 

El final de Doyle es triste. Se volcó en el espiritismo y terminó senil (creía en hadas y en los espíritus) y tras la muerte de su hijo en la I Guerra Mundial, ya nunca volvió a recuperar la razón que caracterizaba tanto a Sherlock. Pero sobre todo, nunca dejó de odiar a su propia creación como a su peor enemigo. 

Bueno, que voy a leer de nuevo a Doyle, o a Watson (a Holmes, vamos).

2 cosas que me dicen:

Andy dijo...

Qué buen post.

Ante todo, feliz cumpleaños!! ^^ (con retraso.

Espero que disfrutes de este regalazo. Un abrazo.

Cristina Silva dijo...

Me alegra encontrar mas fans de Sherlcok Holmes. Yo estoy deseando comprarme la obra entera.