Subscribe:

Blogroll

viernes, 14 de junio de 2013

El árbol de los amigos (un homenaje a Borges y una reflexión que me gustaría haber escrito)



Hoy comparto con vosotros un cuento de uno de los grandes.  Hoy hace veintisiete años de la muerte de Jorge L. Borges y esta entrada sirve de homenaje a uno de mis escritores favoritos. Pero además como una reflexión de esas que a uno le hubiera encantado escribir. Espero que os guste como a mí.




Existen personas en nuestras vidas que nos hacen felices por la simple casualidad de haberse cruzado en nuestro camino. Algunas recorren el camino a nuestro lado, viendo muchas lunas pasar, más otras apenas vemos entre un paso y otro. A todas las llamamos amigos y hay muchas clases de ellos.

Tal vez cada hoja de un árbol caracteriza uno de nuestros amigos. El primero que nace del brote es nuestro amigo papá y nuestra amiga mamá, que nos muestran lo que es la vida. Después vienen los amigos hermanos, con quienes dividimos nuestro espacio para que puedan florecer como nosotros.
Pasamos a conocer a toda la familia de hojas a quienes respetamos y deseamos el bien. Más el destino nos presenta a otros amigos, los cuales no sabíamos que irían a cruzarse en nuestro camino. A muchos de ellos los denominamos amigos del alma, de corazón. Son sinceros, son verdaderos. Saben cuando no estamos bien, saben lo que nos hace feliz. Y a veces uno de esos amigos del alma estalla en nuestro corazón y entonces es llamado un amigo enamorado. Ese da brillo a nuestros ojos, música a nuestros labios, saltos a nuestros pies.

Más también hay de aquellos amigos por un tiempo, tal vez unas vacaciones o unos días o unas horas. Ellos acostumbran a colocar muchas sonrisas en nuestro rostro, durante el tiempo que estamos cerca. Hablando de cerca, no podemos olvidar a amigos distantes, aquellos que están en la punta de las ramas y que cuando el viento sopla siempre aparecen entre una hoja y otra. El tiempo pasa, el verano se va, el otoño se aproxima y perdemos algunas de nuestras hojas, algunas nacen en otro verano y otras permanecen por muchas estaciones.

Pero lo que nos deja más felices es que las que cayeron continúan cerca, alimentando nuestra raíz con alegría. Son recuerdos de momentos maravillosos de cuando se cruzaron en nuestro camino.

Te deseo, hoja de mi árbol, paz, amor, salud, suerte y prosperidad. Hoy y siempre...

Simplemente porque cada persona que pasa en nuestra vida es única. Siempre deja un poco de sí y se lleva un poco de nosotros. Habrá los que se llevarán mucho, pero no habrá de los que no nos dejarán nada. Esta es la mayor responsabilidad de nuestra vida y la prueba evidente de que dos almas no se encuentran por casualidad.


Jorge Luis Borges

sábado, 8 de junio de 2013

Sobre lo necesario

En los últimos días, esta historia, que no sé dónde escuché por vez primera me ha venido a la mente varias veces. Por eso he pensado que puede ser bueno compartir con todos esta pequeña reflexión sobre lo que es realmente necesario en nuestra vida.

Yo la sitúo en aquel muelle pesquero que de pequeño conocí y donde veía a los pescadores que llegaban de sus faenas en sus pequeñas barquillas (¡cuánto ha cambiado ese pequeño muelle!). Perdonadme que el post lo ilustre con una foto antigua de ese muelle. 

Allí imagino a un pescador tranquilamente recostado junto a su barca contemplando el mar y fumando apaciblemente (las imágenes tradicionales dirían una pipa, pero los pescadores que yo he conocido no fumaban en pipa, fumaban normalmente tabaco negro) después de haber vendido el pescado que había cogido aquel día. Al sol de mi Andalucía y al fresco del océano, se respira bien y se descansa a gusto. 
Cuentan que un hombre rico y poderoso paseaba por  aquel muelle y se sorprendió de ver tan relajado a aquel pescador, de manera que se acercó a él, convencido de poder darle un consejo útil.

- ¿Por qué no has salido a pescar? - preguntó el hombre, realmente intrigado.
- He salido y ya he pescado lo necesario para hoy -respondió el pescador, sin incorporarse más que lo justo.
- ¿Por qué no pescas más? - insistió el hombre.
- ¿Y qué iba a hacer con ello? - preguntó a su vez el pescador.
- Ganarías más dinero - fue la respuesta.
- ¿Y para qué quiero ganar más dinero?
- Porque si lo ganaras, podrías poner un motor nuevo y más potente a tu barca.
-¿Para qué?
- Para así poder ir a aguas más profundas y pescar más peces.
- ¿Aún más peces? No los necesito -insistía el buen pescador, que no comprendía lo que aquel hombre intentaba decirle.
- Ganarías lo suficiente para comprarte unas redes de nailon, con las que sacarías más peces y más dinero. Pronto ganarías para tener dos barcas... Y hasta una verdadera flota. Entonces serías rico y poderoso como yo -así intentaba convencerlo aquel hombre rico-
- ¿Y qué haría entonces? - preguntó de nuevo el buen hombre.
- Podrías sentarte y disfrutar de la vida - respondió el hombre emprendedor.
- ¿Y qué es lo que estoy haciendo en este preciso momento? - respondió sonriendo el pescador.

¡Cuántas veces nos olvidamos de que ya tenemos lo necesario!

domingo, 2 de junio de 2013

Cinco panes y dos peces o de lo que un niño puede hacer

Releer la Escritura no es sólo mirar la Palabra Escrita, sino que es también mirar la vida. A veces me entero de historias que me hacen releer el evangelio. La realidad nos ofrece auténticos midrasim (así llamaban los judíos a las relecturas de la Escritura) hechos por  la vida. En este domingo del Corpus Christi, cuando resuena en nuestra Iglesia el evangelio de la multiplicación de los panes, me viene a la mente la historia de Ryan Hreljac, un niño canadiense que me recuerda a aquel niño del evangelio que ofreció al Señor lo poco que tenía, sus cinco panes y sus dos peces.

Cuentan que en una charla en el colegio, con sólo seis años, aquel niño escuchó como les hablaban sobre la sequía, y la sed que se padece en África. El chico canadiense se quedó impresionando pensando en cómo muchos niños y mujeres tenían que caminar horas para poder acceder a un poco de agua. Y de algún modo el misionero concluía: «¡Y pensar que bastan sólo 70 dólares para excavar un pozo!».

Ryan -en su inocencia- tomó al pie de la letra estas últimas palabras y al llegar a casa les pidió a sus papás la cantidad. A su madre se le ocurrió una idea y le ofreció un dólar diario si le ayudaba en los quehaceres de la casa. Así, el muchacho aprendió a trabajar en casa. Barría, aspiraba, compraba la leche, tiraba la basura y, además, ignoraba las burlas de sus hermanos y de sus amigos porque estaba dispuesto a todo con tal de meter cada día un dólar en su hucha para el pozo en África.

Después de casi tres meses, consiguió el dinero y junto con su madre, se dirigió a una organización llamada WaterCan. 
Allí su decepción fue grande, porque le explicaron que para construir un pozo no bastaban 70 dólares, sino que hacían falta 2000. Pero la directora de la organización, conmovida por el detalle del niño hizo un compromiso con él: si conseguía 700, WaterCan pagaría los otros 1300. 

Así, el niño siguió trabajando, pero además consiguió poner en movimiento a los que le rodeaban: la maestra del colegio colocó una hucha sobre el escritorio, los parientes y conocidos le ayudaron, ¡y hasta sus hermanos que antes se reían visitaron a los vecinos para conseguir el resto! 
¡Ryan lo logró! 

Emocionado, acudió una vez más a la organización, pero esta vez para escoger el lugar donde se construiría el pozo. Él mismo eligió un punto cercano a una escuela; así, pensó, chicos como él gozarían de agua fresca en un pueblecito de Uganda.



Pero más allá de esta anécdota, la historia causó efecto. Gracias al patrocinio de un periódico local, el 27 de julio de 2000 Ryan viajó al pueblo africano. Al volver a casa era conocido en todo Canadá y hasta el primer ministro lo recibió en un encuentro personal. Nació así la fundación “Pozo de Ryan”, que ha conseguido ya muchos miles de dólares destinados a diversos proyectos en el África. 
La historia es real, la fundación sigue existiendo y Ryan estudia para ser ingeniero hidráulico y poder seguir trabajando en lo que se ha convertido en el sentido de todo su vivir.

Realmente, cinco panes y dos peces pueden alimentar a muchos. Quiero decir... cuánto da de sí lo poco que un niño tiene cuando quiere darselo a los demás. A ver si todos seguimos aprendiendo.