Perdonadme si hoy comparto una reflexión sencilla, un poco más piadosa que las que acostumbro, pero que procede de mi corazón agradecido.
Hay días en los que parece que Dios mismo pone sus intuiciones en nuestro corazón, días que son especialmente bendecidos por Dios.
Hoy ha sido uno de esos días, mientras reflexionaba sobre el pecado, me ha llegado -por medio de un papel perdido- este pobre pensamiento que tanto bien me ha hecho.
Cuántos cristianos vivimos de un modo un poco triste, apagado, preocupados por la pobreza de nuestra vida, del ministerio, agobiados bajo el peso del pecado...
Tan agobiados estamos por ese pecado que no somos capaces de superar, por eso que tantas veces nos esclaviza, nos detiene, no nos deja crecer, avanzar o sentimos, nos aleja de Dios.
Cada vez descubro más que el único modo que hay para vencer el pecado es caer de rodillas. Así, reconociendo nuestra pobreza y debilidad, podemos mirar mejor al Padre que nos acoge con ternura. Cuando el Salmo 50 pide perdón a Dios, la primera palabra que pronuncia es Misericordia. Cuando el buen ladrón habla con el Crucificado, sólo lo llama por su nombre: “Jesús”.
Pobres de nosotros cristianos, que nos pasamos el día mirando nuestro pecado... hoy, de un modo misterioso, el Señor me ha recordado que es mejor mirarlo a Él que mirarme a mí (aunque sea por corregirme), que es mejor confiar en Él que hacer los mejores propósitos y proyectos, que no hay más secreto para vivir como cristianos que abrir el corazón y recibir la luz de Dios, sin preocuparnos tantos de lo que el pecado nos hace.
Y después de pensar en todo esto, fui a confesarme agradecido...
¡Grande es Dios y su misericordia con nosotros!
¡Feliz Pascua (de nuevo)!